viernes, 27 de julio de 2018
Dulce País (Sweet Country, 2017)
Reseña: El cine australiano ha examinado en más de una ocasión el humillante trato que reciben o recibieron los pueblos originarios de ese país, lo cual se ve ejemplificado por cintas como Cerca de la Libertad (Rabbit-Proof Fence, 2002), El Rastro (The Tracker, 2002), Samson and Delilah (2009) o Charlie's Country (2013). Dulce País (dirigida por Warwick Thornton, también responsable de la mencionada Samson and Delilah) es otra adición a esa lista, partiendo de un caso tristemente real de un aborígen que asesinó a un blanco en defensa propia, lo cual desató una implacable cacería por el "outback" australiano. El resultado final es una sólida película que logra simultáneamente funcionar como un tenso y emocionante western y como un emotivo y angustiante drama.
Lo más loable de Dulce País es que sus personajes no están retratados como simplistas héroes y villanos, sino como auténticos seres humanos con múltiples facetas. Esto se ve representado con mayor elocuencia en los personajes que persiguen al aborígen, quienes no están caracterizados como malvados, sino como personas que simplemente tienen que hacer su trabajo, o que tienen puntos de vista concordantes a lo que era visto como "correcto" en la época que transcurre el relato (la década de 1920). Incluso el único personaje verdaderamente deplorable (el que es asesinado en defensa propia por el protagonista) está pintado con matices.
Dulce País jamás se torna sermonera ni pesada en sus comentarios sobre el trato a los pueblos originarios en Australia. Por el contrario, permite que ellos se incorporen de manera natural y fluida a una narrativa sólida y bien construida. Y además de esa profundidad, Dulce País también funciona muy bien en un nivel más escapista, retratando una aventura en el desierto con tensión y suspenso, además de contar con una preciosa cinematografía que saca el máximo provecho de los impresionantes escenarios naturales. Todo se combina para dar forma a una experiencia muy satisfactoria, que mantiene la atención del espectador de principio, al mismo tiempo que sabiamente juega con sus expectativas hasta el último segundo.
Las actuaciones de Dulce País merecen un párrafo aparte. Hamilton Morris es genuinamente sublime en el personaje del aborígen, logrando transmitir lo sufrido que ha sido durante toda su vida, así como también su angustia y desesperación, de manera totalmente creíble y hasta conmovedora. Bryan Brown también logra destacar como el policía que lidera la búsqueda del personaje principal, brindando textura y sutiles detalles a su personaje, y, aunque no tenga tanto tiempo en escena, el gran Sam Neill logra dejar su huella como un noble predicador.
En conclusión, Dulce País ofrece suficiente material para satisfacer a diferentes tipos de espectadores: a quienes buscan una película profunda que invita a la reflexión debido a los provocativos temas que toca (y que lamentablemente siguen siendo relevantes); y a quienes simplemente buscan un apasionante western que logra emocionar y entretener constantemente. En resumen, recomendada con total entusiasmo.
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