jueves, 3 de agosto de 2017
Baby: El Aprendiz del Crimen (Baby Driver, 2017)
Reseña: Baby Driver (me niego a emplear el espantoso título que le asignaron en Argentina) es una maravilla: la conjunción perfecta de estilo y sustancia. Mejor dicho, el estilo es parte integral de la sustancia, porque toda la cinta está narrada en función a la música que escucha el personaje principal para paliar el tinnitus (un fuerte y constante zumbido en los oídos) que padece. En otras palabras, Baby Driver es una película que genuinamente despierta ganas de saltar y de bailar (¡Tomá, La La Land!), debido a su extraordinaria energía y el experto ritmo que maneja el director Edgar Wright con mano maestra.
El guión de Baby Driver es sencillo: para saldar su deuda con un gángster, el personaje principal debe trabajar como chofer en una serie de robos. Pero lo que es realmente mágico es la manera en que dicha historia está convertida en imágenes, lo cual hace que esta cinta sea una experiencia única y fascinante. Realmente, no encuentro falla alguna en esta película: las escenas de persecución son tremendamente emocionantes (desde Primicia Mortal -Nightcrawler, 2014- no veía escenas de ese tipo que realmente me dejaran con la boca abierta); el humor es muy gracioso; y, lo más importante, Baby Driver está repleta de corazón, lo cual le brinda un fuerte contenido emocional por debajo de su aparente ligereza. Ah, y no puedo dejar de mencionar al elenco entero: todos los actores encajan tan bien en sus roles que realmente no me imagino a ningún otro intérprete en su lugar (por cierto, Kevin Spacey debería trabajar más seguido en cine).
En conclusión, Baby Driver es una obra maestra: una película que realmente le permite a uno ser feliz, y disfrutar enormemente cada fotograma. También es una demostración de que una cinta puede apuntar a un público masivo, y, al mismo tiempo, ser una excelente muestra de arte cinematográfico. Por películas como esta, amo el cine.
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